Recuperación y represión son las dos ubres de la República —Alèssi Dell'Umbria

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12 min readJan 19, 2024

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Obreros árabes de Talbot en huelga en el 83 con sus banderas de la CGT

Parte de un proyecto sobre guerra de clase y antirracismo en Francía metropolitana , aquí se reproduce un texto del militante marsellés Alessí Dell’Umbria miembro antiguo de la autonomia francesa. El texto fue publicado al castellano por Pepitas de calabaza con el titulo ¿Chusma?, y es de la segunda edición publicada en el 2009.

LA REVUELTA DE LOS suburbios pobres ya tiene su historia, que aclara en contrapicado la historia francesa de los últimos treinta años. La revuelta de 2005 ha sido, sin duda, la más desesperada y la más furiosa de todas. Los jóvenes que, sobre todo en los suburbios de Lyon, celebraron un festival de coches carbonizados en 1981, no quemaban los de sus vecinos. Por lo general, iban a robarlos al centro de la ciudad (procurando, a ser posible, que fueran grandes cilindradas) para regresar al suburbio y divertirse con ellos. Cuando incendiaban los coches del vecindario lo hacían de forma selectiva, quemando sólo los de delatores o racistas notorios. En aquellos suburbios pobres era fácil conocer entonces a jóvenes que tenían una visión bastante clara de la situación: de Nanterre a Vitry, desde los barrios del norte de Marsella pasando por Venissieux y Vaulx-en-Velin, sabían a quién debían su suerte e iban al encuentro de los demás (de lo que dio fe, por ejemplo, la serie de conciertos Rock Against Police, organizados en distintos suburbios del país en 1980/81, en cada ocasión de forma autónoma).

Sin embargo, las energías de la revuelta del verano de 1981 fueron dispersadas rápidamente, con la ayuda de la heroína y de la cárcel. La experiencia simultánea de la marginación urbana y del racismo pesó mucho. Y la camisa de fuerza química que anestesiaba poco a poco a la mayoría de la población francesa adoptó una forma mucho más aguda entre los jóvenes parados-de-por-vida de los suburbios: las drogas duras acabaron consumiendo muy pronto las energías más desbordantes. Al mismo tiempo, y amparándose en aquella descomposición controlada, la presión policial era incesante.

Tras los enfrentamientos de marzo de 1983 en la ZUP de las Minguettes, en
Venissieux (Rhóne), un grupo de jóvenes de origen norteafricano, en su mayoría de los suburbios de Lyon, organizó la Marcha por la igualdad y los derechos civiles. Animados por un cura, el padre Delorme, con aquella manifestación no-violenta pretendían hallar la salida a una situación bloqueada, entre la represión y la autodestrucción. Salieron de Marsella el 15 de octubre de 1983 y llegaron a París el 3 de diciembre, donde fueron recibidos por cien mil personas. Los caminantes se habían situado en un terreno en el que la clase política podía reconocerles una eventual legitimidad: el del Derecho. Que este último opera como una abstracción en una sociedad basada concretamente en la explotación y la exclusión, quedó confirmado de forma muy rápida y dolorosa por los acontecimientos de Talbot, situados en el terreno de la lucha social.

En enero de 1984 estallaba un conflicto sin precedentes en la fábrica de automóviles de Talbot-Poissy (Val d’Oise). Ante el anuncio de un plan de despidos de OS, los obreros especializados, casi todos ellos norteafricanos, se pusieron en huelga y ocuparon la fábrica. Tras varios días de bloqueo de la producción, los obreros cualificados — franceses, afiliados al sindicato de la empresa CSL y hostiles al movimiento — acabaron por agredir a los huelguistas. Quienquiera que la haya presenciado jamás olvidará la escena: los huelguistas, tras una resistencia admirable, acabaron por aceptar el desalojo de la fábrica, separados por un cordón de CRS de los frankaoui que les insultaban mientras cantaban La marsellesa

Desde luego, Talbot constituía un caso límite: en las demás empresas del sector francés del automóvil nunca se ha visto a la separación étnica abarcar con tanta exactitud las diferencias profesionales, ni a un sindicato patronal como la CSL encuadrar tan estrechamente a la mano de obra cualificada. El fracaso de la huelga de Talbot enterró definitivamente la voz de aquella «primera generación», de esos trabajadores inmigrados que, al contrario de lo que con demasiada frecuencia cree la «segunda», no fueron unos tío Tom [28] (algunos de ellos habían sido fellagas). [29] La huelga de los OS de Renault en 1971, en la que los inmigrantes desempeñaron un papel protagonista, las huelgas de hambre de 1972 contra la circular Marcellin-Fontanet, que desembocaron en la regularización de treinta y cinco mil sin papeles, el movimiento de las residencias SONACOTRA, en el que millares de residentes coordinados organizaron de forma autónoma la huelga nacional de alquileres de 1976: aquella primera generación supo batirse. También en este caso la memoria ha sido borrada: los sindicatos, que no lograron controlar nunca a aquellos obreros insumisos, no hablan de ellos jamás, y los profesionales del antirracismo menos todavía.

En cualquier caso, la manifestación de los huelguistas de Talbot en París, sólo unos días después de las violentas trifulcas de Poissy, no reunió a una gran multitud tras la banderola «Todos somos inmigrantes de Talbot» (si bien algunos de los caminantes del otoño se habían desplazado desde Lyon), lo cual demostró que la llegada de la Marcha a París, que funcionaba ya según la lógica del acontecimiento sensacional y en torno a una
consigna ecuménica (¿quién, aparte de los partidarios del FN, no estaría de acuerdo con la igualdad de derechos y en contra del racismo?) movilizaba más que la lucha real. Comulgar en torno a los grandes principios, sí, pero solidarizarse con la lucha no: una vez más, la ideología republicana eclipsaba la conciencia social.

Aquel año 1984 marcó una derrota: la de la confluencia imposible entre la primera y la segunda generación de inmigrantes aparcados en los suburbios, el encuentro abortado entre los OS de Talbot y las «Ratas» de Vénissieux. Éste, mucho más que el ascenso electoral del FN a partir de aquel año, es el fracaso histórico que nos toca pagar.

SOBRE LA base de este fracaso pudo hacer su entrada en escena SOS-Racismo; los jóvenes salidos de las filas de la inmigración desaparecieron detrás de los saltimbanquis profesionales y fueron desposeídos de su voz. La revuelta de los suburbios pobres quedó circunscrita a la cuestión exclusiva del racismo, cuando éste, por muy real e intolerable que fuese, no era sino un aspecto de la exclusión social. La clase política pudo darse así, de forma unánime, el lujo de votar una ley contra el racismo sin que, evidentemente, cambiara nada en la vida cotidiana de la juventud marginada de los suburbios. Entretanto, SOS-Racismo acaparaba la palabra y cortocircuitaba la protesta

Esta operación permitió ahogar la revuelta de una generación entera de jóvenes de los suburbios, que no esperaba nada ni de la izquierda francesa ni del Islam. Y dos generaciones de arribistas, de Julien Dray a Malek Boutih, se encaramaron al vértice del aparato socialista a partir de su mandato autoproclamado de antirracistas de servicio en el seno de SOS-Racismo. [30] Los jóvenes de las Minguettes, que se habían enfrentado a la policía delante de sus viviendas, que luego atravesaron el país a pie y fueron acogidos triunfalmente en París, desaparecieron, sumidos en el anonimato y el olvido…

Por vez primera, unos productores creaban un movimiento de opinión de cabo a rabo. En efecto, en el lanzamiento de SOS-Racismo se aplicaron todas las reglas del show business, y la gracia de la celebridad mediática le aseguró la perennidad. El producto era casi perfecto.

Más he aquí que en la actualidad los franceses tienen un ministro del Interior que lleva a cabo una auténtica campaña preelectoral para las presidenciales de 2007, según las reglas probadas del marketing político a la americana, de la forma más agresiva posible y multiplicando los golpes de efecto mediáticos. [31] La demagogia a la que lleva entregándose Sarkozy desde principios de noviembre parece haber tenido éxito: de acuerdo con un sondeo realizado a mediados de noviembre de 2005, el 63% de los encuestados confiaba en él. Sin embargo, nadie puede negar que ha contribuido ampliamente a envenenar las cosas, tanto con su visita provocadora a Argenteuil como por sus declaraciones después del drama de Clichy-sur-Bois. La verdad es que el muy cabrón jugó allí una baza de póquer político. Apostó por la neurosis securitaria, a partir de
ahora sólidamente instalada en el país, provocando una crisis de gran magnitud que le permitiera presentarse como el hombre providencial que rehusa toda contemporización con la «chusma». De todas formas, los incendios no podían desembocar en ningún otro resultado: en Francia se admite cualquier cosa menos que se toque el coche. La reacción había de ser tanto más enérgica cuanto que finalmente fueron precisamente los coches del ciudadano de a pie los que ardieron, incluidos los de los inmigrantes de los suburbios…

La primera reacción de los socialistas fue no protestar contra el estado de
emergencia decretado el 8 de noviembre. Claro está que fueron ellos quienes lo declararon en 1955, cuando el ministro del Interior de la época — un tal François Mitterrand, el mismo que ese año ordenó disparar contra los obreros de Nantes — se pronunció de esta guisa ante la insurrección argelina: «Argelia es Francia». El alcalde socialista de Noisy-le-Grand, Michel Pajon, que llegó a exigir la intervención del ejército contra los incendiarios de los suburbios, no podía desentonar en semejante concierto.

En cuanto al Partido Radical, propuso ni más ni menos que restablecer el servicio militar para inculcar a la juventud los valores republicanos, propuesta que poco después recogería Segoléne Royal (PS). En el preciso momento en que la mentira republicana comienza a resquebrajarse por todos lados, la proclamación del estado de emergencia resuena como un doblar de campanas por el entierro definitivo de la izquierda francesa.

Tanto la izquierda como la derecha invocan la República y sus valores exactamente del mismo modo en que el clero invocaba antaño a la Iglesia: para conjurar la realidad de los conflictos. El colmo se alcanzó — hasta el punto de que en un principio habría podido creerse que se trataba de una broma — cuando el gobierno anunció, al cabo de una semana de incendios, que de ahora en adelante se reservarían en las escuelas de formación de altos cargos varias decenas de plazas para los «jóvenes de los barrios con dificultades»… La «igualdad de oportunidades», viejo latiguillo de la ideología republicana machacada hasta la náusea, llega así a su fin… sin duda, a los jóvenes parados-de-por-vida de los suburbios les reconfortará saber que quizá haya entre ellos dos o tres futuros jerarcas diplomados de las Escuelas Nacionales de Administración…[32] La igualdad de oportunidades consiste en que todo el mundo pueda subirse al ascensor que lleva de lo más bajo de la jerarquía social hasta la cima: además de que eso ni siquiera es cierto, de todas formas siempre habrá quien se quede abajo, barriendo la entrada y vaciando los cubos de basura.

TAMBIÉN SE ha invocado la labor de las asociaciones, y toda la izquierda deplora que el gobierno cerrase el grifo de las subvenciones, lo cual explicaría la explosión del otoño de 2005. ¡Coño! ¿Dónde si no iban a encontrar los cargos electos una mano de obra benévola, dispuesta a dar lo mejor de sí misma para paliar las consecuencias de una política a la que todos ellos contribuyen en el marco de sus mandatos de alcaldes, de consejeros generales, de diputados e incluso de ministros? Las asociaciones sólo reciben subvenciones en la medida en que permiten salvar las apariencias y distraer a la juventud. Sin pretender negar por ello que algunas de ellas hayan permitido a los habitantes de los suburbios sacar la cabeza del agua (como ese restaurante asociativo situado en un barrio del Norte de Marsella, creado y animado desde hace años por mujeres de diversos orígenes) no está a su alcance, en cualquier caso, ofrecer a los jóvenes excluidos de los suburbios una perspectiva vital distinta.

En el mejor de los casos, las asociaciones son la parte de lazo social que le toca al pobre, en un espacio, a saber, el del suburbio, fundamentalmente antisocial. Algunos jóvenes comprometidos en ese tipo de actividades apenas se hacen ilusiones: «Arriba se creen que porque pongan una asociación, no nos vamos a rebelar». Tanto más por cuanto, en las municipalidades de los suburbios, sólo las asociaciones situadas directamente bajo el control de la alcaldía son susceptibles de recibir una ayuda cualquiera (locales, subsidios) en detrimento de las raras asociaciones realmente independientes: así se conjugan el clientelismo y el uso del presunto espacio asociativo para banales fines de mantenimiento del orden. «Se cuenta mucho con las asociaciones, con la gente que está al pie del cañón. Vamos a activar el conjunto de nuestra red para que los jóvenes entren en razón. Si en lugar de doscientos, sólo una treintena se muestra especialmente recalcitrante, la policía podrá identificarlos», declaraba el adjunto de la seguridad de Aulnay-sous-Bois al día siguiente de una noche de violencias: apenas podría definirse mejor el papel que le corresponde al asociacionismo sumiso… así pues, en el momento álgido de la crisis, el 7 de noviembre, Villepin anunció que su gobierno iba a aumentar la contribución a las asociaciones.

Evidentemente, lo esencial se ventila por otro lado. El proyecto de Sarkozy consiste en combinar la ideología republicana, ya bastante represiva de por sí, con ese pragmatismo yanqui que hace de las prisiones un sector empresarial de pleno derecho, al mismo título que el transporte aéreo o la informática. Este hijo de un refugiado húngaro se presenta como el importador del modelo americano en Francia, empezando por el liberalismo neo-reaganiano, que su hermano Guillaume, presidente de la Federación de las industrias textiles francesas, defiende en el seno del MEDEF. Así pues, a la tolerancia cero corresponde el comunitarismo: de estos jóvenes abandonados a sí mismos, mejor que se ocupen los imanes.

El proyecto sarkoziano consistiría, pues — ya que no se les ha podido integrar en la sociedad francesa — en convertir a los jóvenes de origen norteafricano en una comunidad. Y en tal caso se trataría de una comunidad religiosa, ya que esa es la única forma de comunidad que reconoce la sociedad existente, tanto en Francia como en los EE.UU. Y no es casual que en el marco del Conseil Français du Culte Musulman que ha puesto en marcha, Sarkozy privilegie a los representantes con reputación de «duros». Sus declaraciones en favor de la financiación pública de la construcción de mezquitas, del voto de los inmigrantes en las municipales y de la modificación de la doble pena [33] apuntan, pues, a ganarse a un electorado musulmán.

La novedad es que un ministro de la República contemple como estrategia a largo plazo apelar a una forma de comunidad que, oficialmente, la República no puede reconocer. En todos los casos, frente a las pretensiones de la propaganda mediática, siempre tentada de presentarnos la mano oculta de los barbudos integristas tras la menor agitación de los jóvenes inmigrantes, la única intervención de los miembros del Tabligh [34] durante los acontecimientos consistió en intentar calmar a la juventud, lo que demuestra que el cálculo sarkoziano cuadra perfectamente…

Notas

28. Tío Tom: el protagonista de la novela La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher Stowe, era un afroamericano ansioso por gozar de la aprobación de los blancos. Por extensión, lameculos. (N. del t.)

29. Fellaga: Denominación dada a los miembros de la resistencia argelina durante la guerra de independencia contra los franceses; en la época en que estos últimos la adoptaron, había adquirido la significación de «bandolero». (N. del t.)

30. Quien piense que exageramos no tiene más que leer el edificante Voyage à l’interieur de SOS-Racisme, escrito en 1990 por un tal Serge Malik, que formó parte de la organización en sus comienzos. La verdad es que sos-Racismo se benefició de la artillería pesada de los medios, de complicidades en las altas esferas, caso de industriales izquierdosos como Riboud, que aflojaban la pasta, y de una hábil estrategia de marketing frente a la cual la sinceridad de los jóvenes inmigrantes de la Marcha o un diario como Sans Frontiéres no pesaban mucho…

31. El siguiente detalle de la biografía de Sarkozy dice mucho sobre su experiencia en la manipulación mediática. En 1987, presidía la comisión encargada de la lucha contra los riesgos químicos y radiológicos en el seno del ministerio del Interior. A ese título, fue de facto el consejero en «comunicación» del Gobierno con respecto a las consecuencias de la catástrofe de Chernobil. Ya no hay demasiada gente — aparte de las víctimas del cáncer de tiroides — que recuerde la enormidad de las mentiras oficiales en aquella ocasión: la nube radioactiva se detuvo en la frontera, no había absolutamente nada que temer, etc. Indiscutiblemente Francia fue el país de Europa donde más se tomó por gilipollas a la gente, porque por encima de todo era preciso que la verdad no proyectase sombras sobre el programa nuclear…

32. El sueño americano consiste en que en los USA todo el mundo tiene la oportunidad de llegar a ser banquero un día. El sueño republicano consiste en que en Francia todo el mundo tiene un día la oportunidad de llegar a ser ministro…

33. La expulsión de los extranjeros — una vez cumplidas las penas de prisión a las que hayan sido condenados — del territorio nacional. La supresión de la doble pena fue una de las reivindicaciones de los motines de la prisión de Fleury-Merogis en 1985. (N. del t.)

34. Movimiento pietista fundado en la India a finales de los años veinte, el Tabligh predica una estricta adhesión al Islam en lo que se refiere a la sociedad civil y la vida política. Envía de forma preferente a sus misioneros a los confines geográficos del Islam: el África negra, Asia central y Europa. No es un movimiento yihadista, como los Hermanos Musulmanes por ejemplo, aunque por sus filas hayan pasado jóvenes que luego fueron absorbidos por el islamismo político.

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