Manuel González Prada (1848–1918) fue un pensador que predicó el anarquismo en el Perú a comienzos del siglo 20, y también un pionero de la crítica de la condición indígena desde este mismo anarquismo. Artículo publicado en el N°30 de Los Parias, aparecido en noviembre de 1906 y tomado de la antología Las dos patrias: antología contra las fronteras y el militarismo.
¿Qué ha pasado en Chucuito? Nadie lo sabe con seguridad. Inútil buscar información en la prensa cotidiana, porque no existe en Lima un solo diario que merezca fe: todos deben ser leídos con desconfianza, principalmente cuando hablan de asuntos relacionados con la política. Así, los diarios de la oposición ven horrorosas hecatombes en bochinches donde resultan dos o tres cabezas abolladas, mientras las hojas del Gobierno miran una simple bullanga en el motín donde quedaron algunas docenas de cadáveres. Las sanas intenciones, la justicia, la veracidad, en ninguna parte.
No se necesita ser un águila sociológica para decir que desde el arribo de los blancos a las costas del Perú, surgió una de las más graves cuestiones que agitan a la Humanidad, la cuestión étnica: dos razas se ponían en contacto, y una de ellas tenía que vencer, oprimir y devorar a la otra. Dada la crueldad ingénita de los españoles, crueldad agravada con la codicia morbosa de los lanzados sobre la América del Sur, ya se comprende lo feroz de la conquista, lo rapaz de la dominación.
Los blancos de hoy y sus aliados los mestizos, no habiendo concluido de eliminar la sangre felino-española, siguen las huellas de Pizarro, obedecen la ley. No siéndoles posible, mejor dicho, no conviniéndoles suprimir al indio ni pudiendo someterle a la esclavitud que hicieron gravitar sobre el desdichado negro, le convierten en animal de carga, en objeto de explotación. Ya les tasajearían a todos ellos, sin dejar uno de muestra, si en el intestino ciego de cada cholo pudieran encontrar una libra esterlina.
No veamos, pues, en la cuestión indígena una crisis provincial y pasajera, sino un problema nacional y permanente: los síntomas locales e intermitentes denuncian el mal de todo organismo, no de un órgano aislado. Con mayor o menor crueldad, con más o menos hipocresía, todos los que ejercen mando contribuyen a perpetuar el régimen de servidumbre. Caciques y gamonales de la sierra oprimen y explotan al indio; pero los encubridores y cómplices de gamonales y caciques están en las Cámaras Legislativas, en los Tribunales de Justicia y en los salones de Palacio. Este Senador y ese Diputado, ese Vocal de la Suprema y ese Juez de Primera Instancia, aquel Ministro y aquel Prefecto, señores todos que parecen tan humanos y tan solícitos en “amparar a los desamparados”, son los mayores culpables, los más dignos de execración y desprecio. Hay mutualidad de servicios: el de arriba protege al de abajo y el de abajo sostiene al de arriba.
En el Perú existen dos grandes mentiras: la república y el cristianismo. Hablamos de garantías individuales, las consignamos en la Carta Magna, y el mayor número de peruanos no tienen seguras la libertad ni la vida. Hablamos de caridad evangélica, la predicamos desde el templo masónico hasta la Unión Católica, y vemos impasiblemente la crucifixión de una raza. Nuestro Catolicismo se reduce a un Paganismo inferior, sin la grandeza de la filosofía ni las magnificencias del arte; nuestra forma política debe llamarse una prolongación de la Conquista y del Virreinato.
Y, ¿cómo resolver la cuestión indígena? No seguramente por medio de una revolución política, iniciada por hacendados, mineros, capitalistas, conspiradores de oficio, militares sin puesto en el escalafón ni presupuestívoros en cuaresma forzosa. Maldito lo que a tales hombres les importa la desgracia o el bienestar del indio. Si pudieran escalar el poder, subiendo por una montaña de cadáveres, ascenderían sin el menor escrúpulo ni la más leve conmiseración.
Merecen verdadera lástima los pobres diablos que voluntaria o forzadamente dieron ayer su vida por histriones y malvados como Piérola y Cáceres. La merecerán también los que mañana la sacrifiquen por iguales histriones y malvados que se engalanan hoy con la titiritesca indumentaria de principios añejos y mandados enterrar. Constitucionales y Demócratas, Civilistas y Liberales, todos pueden ir en la misma carreta para ser echados al mismo basurero.
Aquí las revoluciones han sido (y seguirán siendo por mucho tiempo) guerras civiles entre conquistadores. Por eso, el indio que tenga un rifle y una provisión de cápsulas debe hacer tanto fuego sobre el soldado que viene a tomarle de leva, como sobre el montonero que pretende arrastrarle a la revolución.