Diez golpes contra la política — Il Pugnale

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8 min readJun 20, 2022

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Traducción del texto Ten Blows Against Politics, de Il Pugnale y publicado en Green Anarchy #21, otoño/invierno 2006.

1. La política es el arte del control

Para que la actividad humana no se libere de los grilletes de la obligación y el trabajo se revele en todo su potencial. Para que los trabajadores no se encuentren como individuos y dejen de ser explotados. Para que los estudiantes no decidan destruir las escuelas para elegir cómo, cuándo y qué aprender. Para que los amigos íntimos y los familiares no se enamoren y dejen de ser pequeños servidores de un pequeño Estado. Para que los niños no sean más que copias imperfectas de los adultos. Para que no se elimine la distinción entre buenos (anarquistas) y malos (anarquistas). Para que no sean los individuos los que se relacionen, sino las mercancías. Para que nadie desobedezca a la autoridad. Para que si alguien ataca las estructuras de explotación del Estado, alguien se apresure a decir: “No fue obra de los compañeros”. Para que no estallen los juzgados de los bancos ni los cuarteles. En definitiva, para que la vida no se manifieste.

2. La política es el arte de la recuperación.

La manera más eficaz de desalentar toda rebelión, todo deseo de cambio real, es presentar a un hombre o mujer de Estado como subversivx, o — mejor aún — transformar a unx subversivx en hombre o mujer de Estado. No todas las personas de Estado están pagados por el gobierno. Hay funcionarios que no se encuentran en el parlamento, ni siquiera en las salas vecinas. Más bien, frecuentan los centros sociales y conocen suficientemente las principales teorías revolucionarias. Debaten sobre el potencial liberador de la tecnología; teorizan sobre las esferas públicas no estatales y la superación del sujeto. La realidad — lo saben bien — es siempre más compleja que cualquier acción. Por eso, si esperan una teoría total, es sólo para descuidarla totalmente en la vida cotidiana. El poder los necesita porque — como ellxs mismxs nos explican — cuando nadie lo critica, el poder se critica a sí mismo.

3. La política es el arte de la represión.

De quien no separa los momentos de su vida y quiere cambiar las condiciones dadas a partir de la totalidad de sus deseos. De cualquiera que quiera incendiar la pasividad, la contemplación y la delegación. De quien no quiere dejarse suplantar por ninguna organización ni inmovilizar por ningún programa. De cualquiera que quiera tener relaciones directas entre individuos y hacer de la diferencia el espacio mismo de la igualdad. De cualquiera que no tenga ningún nosotros sobre el que jurar. De cualquiera que altere el orden de la espera porque quiere levantarse inmediatamente, no mañana o pasado mañana. De quien se entrega sin compensación y se olvida de sí mismo en exceso. De quien defiende a sus compañeros con amor y decisión. De quien ofrece a los recuperadores una sola posibilidad: la de desaparecer. De quien se niega a ocupar un lugar en los numerosos grupos de pícaros y de anestesiados. De quien no quiere gobernar ni controlar. De cualquiera que quiera transformar el futuro en una aventura fascinante.

4. La política es el arte de la separación.

Allí donde la vida ha perdido su plenitud, donde los pensamientos y las acciones de los individuos han sido diseccionados, catalogados y encerrados en esferas separadas, allí comienza la política. Habiendo distanciado algunas de las actividades de los individuos (la discusión, el conflicto, la decisión común, el acuerdo) en una zona por sí misma que pretende gobernar todo lo demás, segura de su independencia, la política es al mismo tiempo la separación entre las separaciones y la gestión jerárquica de la separatividad. Así, se revela como especialización, obligada a transformar el problema no resuelto de su función en el presupuesto necesario para resolver todos los problemas. Por eso, el papel de los profesionales en la política es indiscutible, y lo único que se puede hacer es sustituirlos de vez en cuando. Cada vez que lxs subversivxs aceptan separar los distintos momentos de la vida y cambiar las condiciones específicas a partir de esa separación, se convierten en los mejores aliados del orden mundial. De hecho, mientras aspira a ser una especie de condición previa de la vida misma, la política sopla su aliento mortal por todas partes.

5. La política es el arte de la representación.

Para gobernar las mutilaciones infligidas a la vida, constriñe a los individuos a la pasividad, a la contemplación del espectáculo preparado sobre la imposibilidad de su actuación, sobre la delegación irresponsable de sus decisiones. Entonces, mientras la abdicación de la voluntad de determinarse transforma a lxs individuxs en apéndices de la máquina estatal, la política recompone la totalidad de los fragmentos en una falsa unidad. El poder y la ideología celebran así su boda mortal. Si la representación es lo que quita a los individuos la capacidad de actuar, sustituyéndola por la ilusión de ser participantes y no espectadores, esta dimensión de lo político reaparece siempre allí donde cualquier organización suplanta a los individuos y cualquier programa los mantiene en la pasividad. Siempre reaparece allí donde una ideología une lo que está separado en la vida.

6. La política es el arte de la mediación.

Entre la llamada totalidad y lxs individuxs y entre individux e individux. Al igual que la voluntad divina tiene necesidad de sus intérpretes terrestres, la colectividad tiene necesidad de sus delegados. Al igual que en la religión no hay relaciones entre humanos, sino sólo entre creyentes, en la política no son lxs individuxs lxs que se unen, sino lxs ciudadanxs. Los vínculos de pertenencia impiden la unión porque la separación sólo desaparece en la unión. La política nos hace a todos iguales porque no hay diferencias en la esclavitud: igualdad ante Dios, igualdad ante la ley. Por eso la política sustituye el diálogo real, que rechaza la mediación, por su ideología. El racismo es el sentido de pertenencia que impide las relaciones directas entre lxs individuxs. Toda política es una simulación participativa. Toda política es racista. Sólo derribando sus barreras en la revuelta podríamos encontrarnos todos en nuestra individualidad. Me revuelvo, por tanto, somos. Pero si somos, adiós revuelta.

7. La política es el arte de la impersonalidad.

Cada acción es como el instante de una chispa que escapa al orden de la generalidad. La política es la administración de ese orden. “¿Qué tipo de acción quieres ante la complejidad del mundo?” Eso es lo que dicen los que han sido entumecidos por la doble somnolencia de un Sí que es no y un Más tarde que es nunca. La burocracia, fiel sirvienta de la política, es la nada administrada para que nadie pueda actuar, para que nadie reconozca su responsabilidad en la irresponsabilidad generalizada. El poder ya no dice que todo está bajo control, dice lo contrario: “Si no consigo encontrar los remedios para ello, imaginémoslo como otra cosa”. La política democrática se basa ahora en la ideología catastrófica de la emergencia (“o nosotros o el fascismo, o nosotros o el terrorismo, o nosotros o lo desconocido”). Incluso cuando es opositora, la generalidad es siempre un acontecimiento que nunca sucede y que anula todos los que suceden. La política invita a todos a participar en el espectáculo de este movimiento inmóvil.

8. La política es el arte del aplazamiento.

Su tiempo es el futuro, por lo que aprisiona a todxs en un presente miserable. Todxs juntxs, pero mañana. Quien dice “yo y ahora” arruina el orden de la espera con la impaciencia que es la exuberancia del deseo. Esperando un objetivo que escape de la maldición de lo particular. Esperando un crecimiento cuantitativo adecuado. Esperando resultados medibles. Esperando la muerte. La política es el intento constante de transformar la aventura en futuro. Pero sólo si resuelvo “yo y ahora” podría haber un nosotros que no sea el espacio de una renuncia mutua, la mentira que convierte a cada uno en controlador del otro. Quien quiere actuar inmediatamente es siempre mirado con recelo. Si no es una provocadora, se dice, ciertamente puede ser utilizada como tal. Pero es el momento de una acción y de una alegría sin mañanas lo que nos lleva a la mañana siguiente. Sin la mirada fija en la aguja del reloj.

9. La política es el arte del acomodo.

Siempre a la espera de que las condiciones maduren, uno acaba tarde o temprano por aliarse con los dueños de la espera. En el fondo, la razón, que es el órgano del aplazamiento, siempre proporciona alguna buena razón para llegar a un acuerdo, para limitar los daños, para salvar algún detalle de un conjunto que uno desprecia. La política tiene ojos agudos para descubrir alianzas. No todo es lo mismo, nos dicen. El Partido Comunista reformado no es, desde luego, como la derecha rampante y peligrosa. (No le votamos en las elecciones — somos abstencionistas — pero otra cosa son los comités ciudadanos, las iniciativas en las plazas). La sanidad pública siempre es mejor que la asistencia privada. Un salario mínimo garantizado sigue siendo siempre preferible al paro. La política es el mundo del mal menor. Y resignándose al mal menor, poco a poco se acepta la totalidad en la que sólo se conceden parcialidades. Quien, por el contrario, no quiere tener nada que ver con este mal menor es un aventurero. O un aristócrata.

10. La política es el arte del cálculo.

Para que las alianzas sean rentables, es necesario aprender los secretos de lxs aliadxs. El cálculo político es el primer secreto. Hay que saber dónde poner los pies. Es necesario elaborar inventarios detallados de esfuerzos y resultados. Y a fuerza de medir lo que se tiene, se acaba ganando todo menos la voluntad de jugársela y perderla. Así que uno está siempre ocupado consigo mismo, atento y rápido para exigir la cuenta. Con la mirada puesta en lo que le rodea, uno nunca se olvida de sí mismo. Vigilante como la policía militar. Cuando el amor a uno mismo se vuelve excesivo, exige darse a sí mismo. Y esta sobreabundancia de vida nos hace olvidarnos de nosotros mismos. En la tensión de la prisa, nos hace perder la cuenta. Pero el olvido de nosotros mismos es el deseo de un mundo en el que valga la pena el esfuerzo de perderse, un mundo que merezca nuestro olvido. Y por eso se destruye el mundo tal y como es, administrado por carceleros y contables, para dejar espacio al gasto de nosotros mismos. La insurrección comienza aquí. Superando el cálculo, pero no por la carencia, como recomienda el humanitarismo que, perfectamente quieto y silencioso, se alía con el verdugo, sino por el exceso. Aquí termina la política.

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Written by riot

Anti-authoritarian thoughts and post-identity politics. Original texts, translations and archives in French, English and Spanish. @riots_blog

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